La crónica menor. FRATELLI TUTTI por Cardenal Baltazar Porras Cardozo

Oct 12, 2020 | Opinión en Mérida

El Papa Francisco nos regala su tercera carta Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. No sorprende su contenido porque está en continuidad con su pensamiento, gestos y acción a lo largo de sus siete años de pontificado.

Pero, a la vez, tiene de novedad, el entretejer desde Evangelii Gaudium, pasando por Laudato Si y sus cartas sobre la misericordia, el perdón y la actitud samaritana, propias del auténtico creyente y de toda persona de buena voluntad que ponga por delante la calidad de vida del otro, antes que la propia. La sombra de San Francisco de Asís, cuya espiritualidad brota por los cuatro costados de su personalidad, está presente, de nuevo, en el santo que escogió como nombre y sobre todo como guía de su ministerio petrino. Se dirigió hasta la tumba del Pobrecillo de Asís, para celebrar la eucaristía y estampar su firma. De nuevo, lo sencillo y humilde, la periferia y lo desechado están al centro de permanente prédica por el bien de la humanidad.

La fraternidad y la amistad social son las vías indicadas por el Pontífice para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos: pueblo e instituciones. Reafirmado con fuerza el no a la guerra y la globalización de la indiferencia. La fraternidad y la amistad social hay que construirla con hechos más que con grandes discursos que se quedan en letra muerta. Le ha tocado al Papa Francisco vivir en un momento de la historia donde afloran infinidad de conflictos, productos del egoísmo y la exclusión, a la par que abundan documentos pregonando valores y virtudes que no se ponen en práctica.

El extenso documento hay que leerlo desde la realidad concreta de cada pueblo. Estando dirigido al mundo entero, toca discernir con cuidado para no quedarnos en ver la paja en el ojo ajeno ignorando la viga que está en el nuestro. El diagnóstico del primer capítulo más que un elenco de situaciones pone en aparente claroscuro los males que aquejan al universo entero. La pandemia del Coronavirus resalta más la fragilidad existente, no sólo de la vida personal sino de la manera como las instituciones políticas, sociales, económicas, familiares y religiosas, hemos estado viviendo, un tanto al margen del verdadero centro, que no puede ser otro que el de la fraternidad. Vale decir, de la capacidad de convivir en la diferencia con la necesaria dosis de cercanía afectiva para que la justicia y el bienestar sobresalgan. La verdadera felicidad no está en el goce desenfrenado del presente, sino de la moderación y la austeridad, no reñida con el disfrute que los avances de la ciencia y la tecnología ofrecen, pero que siendo global, arropa a las personas, al ambiente, al presente y al futuro, a la raíz de valores superiores, trascendentes que son el auténtico camino a la felicidad de todos.

06-10-2020